Soy un violinista aficionado.

Esta frase no gustará a algunos, que probablemente sienten, como Bernard Shaw, que «el infierno está lleno de músicos aficionados», y que nadie debería dedicarse al arte de interpretar sin haber alcanzado un impecable nivel de excelencia, so pena de condena al ostracismo sonoro.

Pero vengo dispuesto a contradecir esta idea, a defender que lo valioso no está solo en los grandes y en los mejores, sino también en la formación y la sensibilidad musical de las personas comunes.

Los mejores melómanos son los músicos aficionados.

Porque nadie como nosotros sabe y siente lo que implica hacer música a cierto nivel, nadie como nosotros va a sentir la interpretación de un gran músico, porque nos pondremos en su piel y tocaremos con ellos en nuestro fuero interno. La empatía, esa forma de comunicación, y nuestra pasión por el violín nos transportan al corazón del intérprete y a vivirlo como nadie más puede hacerlo.

El amor a la música se irradia en casa antes que en el auditorio o la sala de conciertos.

Una carrera musical rica y provechosa comienza de niño. Aunque se puede comenzar a tocar a cualquier edad, los que han vivido de niños en un entorno musical llevarán en su genética emocional un bagaje insustituible que los acompañará toda la vida. Porque inconscientemente tendemos a pisar en las huellas de nuestros padres, un hogar en el que se ha desarrollado música a nivel de aficionado es el mejor entorno posible para generar auténtico aprecio por ella.

Antiguamente, cuando prácticamente no había otros métodos de reproducción de música que la propia interpretación, las familias burguesas o de clase alta, y en los eventos sociales, la gente se juntaba para crear música. Alguien se sentaba al piano, otro cantaba, quizás alguno tocaba un violín, y esa era la única manera de reproducir los temas y canciones de moda. Muchos compositores vivían de vender sus partituras a músicos aficionados que las esperaban ansiosos para tocarlas una y otra vez al llegar a casa.

Hoy en día, salvo en contados casos (pienso en esas reuniones familiares donde se toca y canta flamenco, en las bandas de grupos de amigos del colegio, en coros, rondallas y grupos folklóricos), la música de aficionados tiene poca presencia. Pero sigue siendo el mejor caldo de cultivo para que germinen los talentos del futuro.

Si eres músico aficionado, enhorabuena, porque tal vez estás creando un efecto mariposa y, propagando con tu ejemplo, despertando algún talento, ayudando a una dinámica enriquecedora.

El nivel cultural de un país no lo definen las grandes figuras, lo define el público.

En el ámbito de la música clásica escucho desde hace tiempo que hay una crisis de público, las orquestas se devanan los sesos buscando fórmulas que den con la tecla del reclamo. Redes sociales, montajes multimedia, repertorio accesible, dejar usar los móviles (¡argh!), ambiente informal, se prueba de todo pero nunca se encuentra la fórmula que conceda el sosiego de un público fiel y numeroso. Y es que los artistas buscan acercarse al gusto y nivel del público. Pero sería más sensato educar al público para que apreciara la música, y nada mejor para ello que fomentar la educación musical y la música amateur entre todo el mundo. Lamentablemente, al menos en España, la política educativa va por otro camino, despreciando cualquier tipo de formación que no vaya dirigida a crear seres-engranajes de un sistema productivo, en vez de a formar personas con criterio y sensibilidad.

Hacer música por placer (y no hablo de esas rutinarias clases de flauta del colegio) es una forma de paliar ese desdén, esa desidia que sufre la música desde el poder. Y de formarnos como personas complejas y no alienadas por la cultura basura dominante.

Sólo es verdadero músico quien seguiría siéndolo aunque no le pagaran por ello.

El escritor Ernesto Sábato contaba un día que a menudo le asaltaban aficionados a la escritura con sus pequeñas obras, para solicitarle opinión o ayuda, con la esperanza de recibir un espaldarazo, un consejo, un apoyo para asaltar los cielos de la gloria literaria. Pero él sólo les hacía una sencilla pregunta: «Si no pudieras escribir, ¿te morirías?». Si la respuesta era sí, «entonces lo demás da igual, escribe hasta dónde la escritura te lleve». Si la respuesta era no, entonces no era un verdadero escritor.

Los músicos profesionales probablemente aman lo que hacen. Pero para muchos la música se ha convertido en una profesión, y tal vez lo dejarían si no fuera su medio de sustento. Sólo el músico aficionado toca porque lo necesita, contra la falta de tiempo y la falta de recompensa.

Aficionados que pueden dar el salto al profesionalismo.

Tópico: la vida da muchas vueltas. A veces, lo que empezó como simple impulso o capricho termina creciendo hasta ser una pasión que ocupa todo tu tiempo. En esta época donde no hay trabajos fijos y muchas personas se ven destinadas al autoempleo, el haber desarrollado una actividad musical paralela al trabajo convencional puede abrir oportunidades a algunas personas. Claro que estamos hablando del violín, instrumento con el que difícilmente llegaremos a un nivel profesional si no nos entregamos por entero, pero con el tiempo y una fase de adaptación y preparación, es posible dar el salto a usar la música como medio de vida, ya sea en la enseñanza, la divulgación, investigación, etc.

Así que, si eres un músico aficionado y alguna vez te has sentido tratado con condescendencia, no hagas caso y siéntete orgulloso de formar parte de una comunidad que, aunque no aparezca en los medios, es más importante de lo que todos piensan.