De entre las muchas costumbres infames que los seres humanos hemos ido practicando a lo largo de la historia, una de las más vergonzosas, de las que más nos asombra que pudieran ser de mayoritaria aceptación, es la esclavitud. Una práctica ejercida desde los principios de la historia y que sólo hace apenas menos de un siglo ha sido (al menos teóricamente) erradicada.

Y son precisamente los últimos estertores de este fenómeno, especialmente en los Estados Unidos, los que han quedado más presentes en la historia y en la cultura. El cine, la literatura, la televisión, han plasmado de muchas maneras esa época hasta hacerla conocida por todos nosotros. Pero si tuviéramos que rescatar algo realmente positivo y enriquecedor de todo aquello probablemente sería que constituyeron el caldo de cultivo para la germinación de un nuevo universo musical, que nació entre plantaciones, obras públicas, y cárceles y se propagó como una virus por todo el país, infectando a todos los géneros musicales y culturales. Como sucede a veces, del sufrimiento brotan las cosas más bellas, más ricas, más auténticas, porque de todo eso anda sobrada la música de la que hablo hoy: el blues.

Y es que es increíble el camino que ha recorrido este, digamos, espíritu, esta dulce tristeza, que era apenas en sus albores un canto sencillo, un lamento, mezcla de lo recuerdos rítmicos de África con la cruda realidad vivida en América.

La música bajo la esclavitud.

Cuando, en el siglo XVII, los primeros esclavos llegaron al estado de Virginia, el panorama musical de las colonias estaba muy poco desarrollado. Las duras condiciones de vida dejaban poco tiempo para el esparcimiento, y sólo remedos del folk europeo y cierta música «clásica» sencilla tenían cierta presencia. Respecto al violín, como instrumento pequeño, de materiales accesibles, y fácilmente transportable, sí llegó a ser utilizado de forma habitual en bailes y eventos sociales.

En ese ambiente puritano, racista y de permanente esfuerzo, los primeros esclavos negros no tenían acceso a ninguna actividad que no fuera el trabajo al que habían sido destinados. Ninguna educación, ningún material artístico o musical. La percusión, quizás por el poder comunicativo que tenía en África, también estaba prohibida, por miedo a que fuera cauce de transmisión de ideas de rebelión. Así que, a todas aquellas personas prisioneras de por vida, sólo les quedaba la vía de escape del canto, aunque los temas de las letras también estaban restringidos.


«He oído que muchos de los amos y capataces de estas plantaciones prohíben las melodías melancólicas o trovos, y sólo promueven música alegre y palabras sin sentido, evitando el efecto que expresiones más tristes tuvieran sobre los esclavos, cuya peculiar sensibilidad musical puede hacerles especialmente excitables por cualquier canción que hable de lamentos y haga referencia a sus dificultades personales.»

Diario de Frances Ann Kemble, plantación de Georgia, 1838


Cuando los esclavos aprendieron la lengua inglesa y costumbres de sus amos y fueron considerados «civilizados», algunos de ellos fueron seleccionados para servir en las grandes casas en diversos servicios domésticos, incluidos los musicales. Algunos amos ya enriquecidos con la mano de obra gratuita comenzaron a enseñar a los esclavos de mayor confianza a tocar los instrumentos que habían importado de Europa. Estos esclavos escogidos fueron empujados a desarrollar su técnica para que sus amos pudieran alardear ante visitas y amigos. Y de este modo se popularizó la figura del «Negro fiddler» (sic). Es muy común en los periódicos de la época la publicación de anuncios de compra-venta de esclavos, o de avisos de esclavos fugados, muchos de ellos definidos como Negro fiddler, con talentos en diversos grados,  que otorgaban al mencionado un valor (y un precio) extra.

Dealer slaves
Negro fiddler
Así, el uso del fiddle se popularizó y fue el centro de todo tipo de festividades y eventos, para enriquecer los momentos de ocio y esparcimiento, tanto en la casa del amo como dentro de la comunidad negra, en la que muchos comenzaron a crear sus propios instrumentos, a aprender de oído y a utilizarlo para tocar su propia música.

Hay quien dice que los esclavos aprendieron tan fácilmente a tocar el violín porque realmente existían instrumentos parecidos o de la misma familia en África desde hacía siglos, muchos de ellos de una sola cuerda. De ese modo, las plantaciones se llenaron de todo tipo de fiddles, desde los más rústicos cigar-box fabricados con cajas, materiales encontrados y a veces una sola cuerda, hasta los más clásicos violines traídos desde Europa.

Los intérpretes se tenían que dividir en dos: en la casa grande tocaban danzas, melodías old-time y temas clásicos que aprendieron para complacer a los amos. Al volver con los suyos expresaban sus propios sentimientos, ya para siempre una mezcla de la herencia africana, el canto de lamento en el trabajo y las influencias de la música blanca. Algunos con especial talento llegaron a ser tan diestros en la interpretación que se crearon una gran reputación e incluso llegaron a acumular riqueza y patrimonio. Así, la música se convirtió en una vía de escape de las duras condiciones de vida y trabajo.

En el Norte, sin esclavitud aunque no sin racismo, el célebre Solomon Northup, narró su odisea en el libro 12 años de esclavitud, al ser raptado y pasar, de hombre libre en los estados libres, a esclavo en el sur,  y describe así cómo el violín lo salvó de un sufrimiento aún mayor:

Solomon Northorn

Solomon Northup

«¡Ay! De no haber sido por mi amado violín, apenas me atrevo a imaginar cómo podría haber soportado los largos años de cautiverio. Él me introdujo en las casas grandes -relevado de muchos días de trabajo en el campo-, me proporcionó suministros para mi cuarto, como pipas, tabaco y pares de zapatos extra, y muchas veces me alejó de la presencia de un amo especialmente duro, para llevarme a ambientes de jovialidad y alegría. Fue mi compañero, el amigo al que abrazar, que me cantaba en voz alta cuando estaba alegre, y me susurraba suaves y melodiosos consuelos cuando estaba triste.

A menudo, a medianoche, cuando el sueño huía atemorizado del cuarto y mi alma se hallaba angustiada al contemplar mi destino, él me arrullaba con una canción de paz.»

12 años de esclavitud  – Solomon Northup

En el siglo XIX el «black fiddler» era ya una figura celebrada y reconocida, imprescindible en cualquier evento social.

¿Y cómo era la música entonces? difícil saberlo, pero podemos leer algunas narraciones en cartas y diarios.


Un día me encontré a Marce Thomas apretando las clavijas de su fiddle y dándole resina al arco. De improviso empuñó el arco y empezó a frotarlo sobre el vientre del violín. Al oírlo algo estalló dentro de mí, atravesó mi cabeza y hormigueó en mis dedos. Decidí, justo allí y en ese momento, ahorrar lo necesario hasta conseguir comprar un fiddle ¡hasta que una Navidad lo conseguí, Dios bendito! Aprendí en seguida y lo he estado tocando desde entonces.

Al principio marcaba el ritmo con un pie mientras tocaba. He estado tocando y moviendo el pie durante 30 años. Lamentablemente tuve un accidente de carretera y perdí ese pie, y sin embargo, cuando por la noche toco las viejas canciones con el violín, el pie parece estar allí moviéndose al final de la pierna. Algunas veces me sorprendo mirando hacia abajo para ver si es que ha vuelto y se ha unido él solo a la pierna, de lo a gusto que estoy tocando música tan maravilosa con mi arco y mi fiddle. 

¿Que a qué iglesia pertenezco? A ninguna. El fiddle construye para mí todo los paraísos y todos los sermones que necesito saber. Canto himnos como si fueran plegarias que glorifican al señor.

Andy Brice (Winnsboro, South Carolina)


El violinista negro entró entonces y comenzó el baile. Después de que se hubieron divertido lo suficiente con tal ejercicio, llegó el turno del resto de los negros, que ya se habían provisto de antorchas y habían barrido el patio. El fiddler salió y tocó una canción y era un danza a medio tempo. Entonces fue cuando ellos se sintieron como en casa y el sonido del fiddle los volvió locos. Creo que, si hubieran estado en medio de una insurrección y alguien hubiera tocado un violín, todos se habrían puesto a bailar en cinco minutos. Nunca había visto un esclavo en mi vida pero se quedaban parados como si les hubieran disparado al escuchar el primer son del violín. (…) El fiddler es como una deidad que preside estas ocasiones y, aunque su piel sea de color oscuro no es por eso menos fervientemente invocado. Es el líder del grupo en todas las reuniones, públicas o privadas, el único director de todas las músicas, aceptables o inaceptables, capaz de transformar cualquier sencilla canción sentimental en un reel, una jiga, o una contradanza…


Violinista en los barracones

A pesar de la gran fama del violín, su asociación con el baile inspiró la condena entre los más religiosamente estrictos, evangélicos y otras sectas, tanto entre los blancos como entre los negros. Se empezaba a pensar ya que tocar el violín era un habilidad de la cual sólo Satanás era capaz, de ahí su interpretación implicaba cierto nivel de comunicación con el Diablo.


…ella aprendió a tocar el violín y, habitualmente el primer día de la semana, salía con su instrumento para atraer a personas de ambos sexos, quienes, no sintiendo frente a sus ojos el temor de Dios, se deleitaban con ella en la diversión pecaminosa y perniciosa …

Una vez, mientras bailaba,

… se apoderaron de ella ataques y cayó al suelo sufriendo convulsiones. A partir de ese momento perdió su amor por el baile, y no cayó más en esta vana diversión…


La abolición.

En 1808, las leyes de los Estados Unidos restringieron la importación de esclavos, aunque la práctica no cesó hasta bastante tiempo después de la Guerra Civil, cuando las plantaciones se dividieron en pequeñas granjas y los antiguos esclavos buscaron entonces empleo en estas granjas como aparceros. Aunque la libertad fue llegando poco a poco, los blancos siguieron luchando para mantener su «supremacía». Fue un período de aumento de los linchamientos, de conflicto entre los derechos de los negros y leyes que defendían una vida segregada.

Las bandas de cuerda en este periodo intermedio utilizaban el violín en combinación con todo tipo de instrumento con guitarras, armónicas, tablas de lavar, banjos, contrabajos, flautas, mandolinas, y cualesquiera otros objetos domésticos reciclados. Al principio se movían tanto en el medio rural como en el urbano, y fueron bandas de entretenimiento que servían igualmente para el baile de los sábados, el «medicine show» (un espectáculo de vodevil propio de las zonas rurales del sur y oeste de Estados Unidos, realizado con escasos medios técnicos y económicos, y que se ofrecía desde una carreta con toldo, a modo de escenario) y el «minstrel show» (espectáculo burlesco que combinaba números cómicos, de bailes y de música).

Virginia Minstrels

Los famosísimos Virginia Minstrels

Así que, realmente los intérpretes negros de entonces tocaban una gran variedad de estilos, entre los que el blues era uno más. Al principio, los propios fiddlers negros llamaban al blues «Negro reels», y no fue hasta su popularización y comercialización en la era post-esclavitud, cuando el blues comenzó a adquirir una entidad gigantesca y a impregnarlo todo.

La popularización del blues.

Como tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, aunque fueron los oprimidos, los esclavizados, los marginados, los que crearon la música, la primera grabación que existe de un blues estándar de 12 compases fue la realizada por un violinista blanco llamado Hart Wand, un auténtico devoto de la música negra, que compuso una melodía inspirada en el blues un día que estaba simplemente practicando con su violín e intentando imitar ese estilo que tanto le gustaba. Un día, un portero negro que había estado escuchándole interpretarla le comentó: «Esta canción me produce nostalgia de volver a Dallas (That gives me the blues to go back to Dallas)«.

Así que Hart llamó a esa canción «The Dallas Blues» y la publicó en marzo de 1912, apenas unos meses antes de que Arthur Seal publicara «Baby Seal Blues» y W. C. Handy «The Memphis Blues». Estos tres temas fundacionales terminaron escuchándose de forma enfermiza por todas partes, así que, una vez descubierta la mina de oro, muchos artistas quisieron subirse al carro del éxito y comenzaron a incorporar temas blues en sus actuaciones, casi todos imitando el estilo del Dallas Blues y el Memphis Blues.

Esta explosión benefició de alguna manera a los músicos negros, que ahora eran buscados para trabajar en bandas para bailes y orquestas, y podían también ganar dinero tocando en grupos pequeños. Antes de que el blues fuera realmente popular en todas las capas sociales, las casas de discos no grababan a músicos negros. El primero que se atrevió a ello fue Perry Bradford, director de Okeh Records, que inició lo que se llegó a conocer como «Race Records». El éxito en ventas que obtuvo (aun cuando fuera principalmente entre la comunidad negra) animó a otras casas de discos a seguir su ejemplo.

Al principio las grabaciones se realizaban en los propios estudios de las casas de discos. Pero el problema era que muchos músicos vivían en el medio rural y resultaba complicado encontrarlos y llevarlos hasta el estudio, donde se sentían intimidados por el rígido y poco festivo ambiente profesional. Para relajar el ambiente a menudo se les proporcionaba alcohol, con lo que se llegaban a grabar sesiones con los músicos en un «estado bastante alterado», lo que a veces podía ser bueno, y otras malo.

Black fiddler

El filón musical de la comunidad negra parecía no tener fin, de modo que las compañías comenzaron a buscar talento por todos los rincones de Estados Unidos, enviando representantes a cualquier condado donde pudiera haber un instrumentista especialmente dotado. Así, incluso llegaron a construir equipos de grabación móviles que llevaban a cualquier lugar o espacio en el que poder registrar a un nuevo descubrimiento; se realizaban concursos musicales regionales para seleccionar a los mejores músicos o grupos.

A comienzos del siglo XX aún había fiddlers en los grupos, aunque ya no eran el centro de la actuación. Generalmente el fiddler iba improvisando bajo la línea melódica del cantante, a menos que tuviera algún lick que le gustara especialmente para ir repitiendo. También disponía de espacio para desarrollar algunos solos, cuyo número y frecuencia dependería de su habilidad y de las preferencias del líder de la banda. La competitividad entre músicos y casas de discos por encontrar éxitos y talentos nuevos consiguió que la música de los violinistas negros de principios de siglo fuera buscada y preservada.

Pero la figura del violinista de blues clásico terminó desapareciendo a finales de los años veinte. El jazz, el hijo guapo y sofisticado del blues, de origen puramente urbano, comenzaba a extenderse, con sus vientos y metales, dejando sin sitio y sin suficiente volumen a los violinistas puros, que a menudo tuvieron que reciclarse tocando otros instrumentos. El blues abandonó el violín, o tal vez el violín abandonó el blues, al menos hasta que llegó la electrificación de los instrumentos.

Muchos han vuelto a tocar fiddle blues desde entonces, pero ya nunca como aquellos pioneros nacidos en las plantaciones, rascando sus arcos sobre violines impregnados con sudor y polvo de carretera.


En Chicago teníamos a todos aquellos increíbles violinistas, violinistas negros. En cada teatro había una orquesta tocando tras la pantalla, porque no había sonido. En nuestro vecindario había un teatro con un grupo de violín, percusión y piano. Entonces, en 1929, Al Jolson hizo la primera película sonora: «El cantor de jazz». Fue entonces cuando todo cambió. Todos se deshicieron de los músicos.

Pero los violinistas no tenían adonde ir. Había montones de clubs para negros en Chicago en los que los músicos negros podrían haber trabajado, pero ahí no querían violines. Eran sitios de gente bebiendo alcohol y bailando, así que no era un sitio para violinistas. Y ese fue el fin: 1930, 1931, 1932… fueron desapareciendo todos los violinistas negros.

¿Qué fue de todos esos maravillosos violinistas negros? no lo sé, desaparecieron. Pero te voy a contar una cosa. Una tarde estaba repartiendo periódicos por las casas. Era repartidor, iba a las casas de la gente a repartir el Chicago Herald Examiner, y generalmente iba por la puerta de atrás.

Entonces los encontré. Muchos de los violinistas negros eran de Nueva Orleans, y desde que dejaron de encontrar trabajo, se hicieron fabricantes de puros. Se sentaban en sus porches traseros a fumar y a enrollar cigarros, para llevarlos más tarde al centro para venderlos a la gente rica en los grandes almacenes. Y es así como sobrevivieron cuando dejaron de tener trabajo.

Milt Hinton, bajista de jazz.


Fuentes:

  • Este artículo está extraído en una buena parte del artículo «The Blues Fiddle Tradition» , de Julie Lyonn Lieberman, publicado en su libro «Rockin’ Out with Blues Fiddle». Es estupendo para iniciarse en el blues con el violín, podéis haceros con él aquí:
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Rockin’ Out with Blues Fiddle
Fretted. Published by Huiksi Music Company (HL.695612).

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