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Los juguetes rotos del violín.

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(@chusman)
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Cuando hablamos de genios, pensamos en los que triunfaron, en los famosos, en los que se encuentran en el cielo inmortal de la historia de la música.

Pero hay muchos otros caídos en el camino de los que nunca se habla, personas que se quebraron en el intento, y fueron lo bastante honestos como para huir de un destino que los estaba destruyendo.

He leído esta historia en el New York Times y me gustaría compartirla con vosotros. Es un artículo con derechos de autor y por eso no puedo publicarla en la página principal, pero imagino que publicado en el foro nadie me recriminará nada. La traducción, dado mi inglés chapucero, no es la ideal, así que sin domináis la lengua de Donald Trump, no dejéis de acudir a la fuente original

Es algo largo, pero merece la pena.

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Cuando el sol se pone y la marea empieza a subir alrededor de City Island, el pueblo costero del extremo este del Bronx, Saul Chandler toma asiento en un bar llamado Snug. El Sr. Chandler, de 70 años, es un hombre pequeño que fuma cigarros baratos y rechaza Budweiser que no sea en botella, y es uno de los excéntricos de la isla. Es como un accesorio, un taburete que va de bar en el bar, popular por contar chistes obscenos e invitar a los extraños al caer la noche.

Le gusta deambular por su barco, una goleta de dos mástiles atracada cerca. El astillero ha estado solitario durante todo el invierno, pero él suele estar en la cubierta de la goleta bebiendo cerveza y cortando madera a la luz de la lámpara, escuchando eco de la música clásica que sale de la radio de su cabina. Pero sobre todo cuenta historias: cómo se quedó pegado a un bote que estaba reparando y tuvo que liberarse quedándose en calzoncillos, cómo casi se hunde en el Triángulo de las Bermudas, cómo ha nombrado buques de las novelas de Herman Melville "Typee" y "Omoo".

Sin embargo, después de algunas cervezas, el Sr. Chandler se pone a contar una historia que no es del tipo alegre y marítimo:

“Toqué en el Carnegie Hall dos veces antes de los 13 años".

"Era conocido por mi Bach".

"Me convirtieron en un mono de feria”.

"Si pudiera olvidarme de la música, lo haría".

Cuando se le pide que siga contando se encoge de hombros y las historias se desvanecen en la bruma del bar. Pero este misterioso espectro lo sigue hasta su bote. Cuando se escucha música en la radio, si comienza un determinado concierto para violín, puede levantarse y apagar el aparato. ”El violín me molesta", explica. "me recuerda el terror".

En concreto, le recuerda su don. Un don que ha pasado toda su vida tratando de olvidar.

En los sesenta, el Sr. Chandler fue uno de los prodigios de violín clásico más prometedores de Nueva York. Comenzó a asistir a la prestigiosa división preparatoria de Juilliard School of Music cuando tenía 9 años, tocó en Town Hall y Carnegie Hall antes de los 11 años, e interpretó a Mozart en vivo en WNYC cuando tenía 13 años. Su pedigrí era de primer orden: fue alumno de Ivan Galamian, el legendario maestro de violín armenio que educó a superestrellas de la música clásica como Michael Rabin o Itzhak Perlman. El mayor triunfo del Sr. Chandler, según él, fue que una vez superó al adolescente Itzhak Perlman en la Juilliard. "Nadie podía vencerlo", dice, moviendo su cigarro. "Hasta que llegué yo".

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Pero cuando el Sr. Chandler cumplió 16 años, las presiones de producir excelencia lo consumieron, y tuvo un ataque de nervios que descarriló su carrera. Se separó de la música clásica y en un acto de reinvención cambió su nombre legal. Desde entonces ha tenido una vida tortuosa que lo ha llevado a involucrarse en la gestión de un hotel cutre en Times Square, a tener una carrera exitosa en matemáticas y a realizar peligrosos viajes por mar. Hace treinta años comenzó a construir barcos en City Island, donde encontró la paz en sus aguas. "No quiero ser recordado por lo que fui”, dice. "Porque he hecho muchas otras cosas geniales en mi vida. La gente de aquí me conoce por lo que soy ahora".

La historia del Sr. Chandler es también parte de un cierto mito de Nueva York: el del niño maravilla caído, del juguete roto. Por cada Itzhak Perlman o Midori que se alza al estrellato de los ambientes de las escuelas de artes escénicas de la ciudad, hay probablemente cientos de talentos quemados. Ann Hulbert, autora de "Off the Charts: The Hidden Lives and Lessons of American Child Prodigies", ofrece una razón para nuestro permanente interés en esta trágica historia. “Nos fascinan los giros oscuros porque satisfacen nuestros prejuicios”, dice. "Se convierte en una moraleja sombría: si eres excepcional, estás destinado a tener problemas".

En su barco, el Sr. Chandler comenta su papel en la música clásica fumándose medio paquete de cigarrillos en tres horas. Es un sujeto renuente que al principio no ve razones para para volver a rememorar su pasado y se niega repetidamente a ser entrevistado hasta que, tras haberle hecho varias visitas en City Island durante el invierno, se ha quedado sin excusas. "La mayoría de las personas involucradas están muertas".

"Mi mayor pesar en la vida es que abandoné a muchas personas", dice. ”Trabajaron duro. Pero trabajaron duro para convertirme en un mono entrenado. Cualquiera puede convertirse en un mono. Incluso un chimpancé puede convertirse en un violinista de concierto".

Saul Robert Lipshutz, como lo llamaron sus padres, nació en Brooklyn en 1947 y creció en Paterson, Nueva Jersey. Su madre era una novia de guerra austríaca y su padre era un matemático notable. Su vida musical comenzó cuando tenía 6 años después de que su abuelo le sugiriera que aprendiera a tocar el violín. El Sr. Chandler descubrió una conexión natural con el instrumento, y Juilliard lo aceptó en 1957 cuando tenía 9 años. "Ya era bueno", recuerda."Entonces mejoré. Y muy rápido". En la escuela se convirtió en alumno de Margaret Pardee, quien fue una de las tres asistentes del legendario pedagogo de cuerdas y el jefe del departamento de violín de Juilliard, Ivan Galamian. A partir de este momento, el violín dejaría de ser solo un mero pasatiempo para el Sr. Chandler.

El Sr. Galamian, que murió en 1981, tenía una gran reputación , y es a menudo definido como el mejor maestro de violín del siglo XX. Lacónico, con voz baja y un fuerte acento ruso, solía terminar las lecciones diciendo: "Eso estuvo mejor. Pero no del todo bien”.

"Todos lo trataban como si fuera un Dios", rememora el Sr. Chandler. "Pero era un idiota. Nunca le escuché tocar nada. ¿Quien era él? Lo odiaba más que a nadie". Tenía mejores recuerdos de la Sra. Pardee, que era de Valdosta, Georgia, y llamaba a los estudiantes "cariño". "Ella murió hace poco", dice, "lo vi en Internet". Le pregunté si alguna vez había pensado en ella. "Trato de no pensar en Margaret Pardee", dice. "Porque creo que podría haberle roto el corazón".

Su educación se hizo militarista bajo su supervisión. "Fue puro terror”, asegura. ”Una clase magistral en terror. No había nada peor. Muchos de nosotros no estábamos cuerdos". Aun así, el Sr. Chandler pronto siguió los pasos de prodigios como Mozart y Paganini. Actuó en el Ayuntamiento y subió al escenario en el Carnegie Hall; viajó por Europa tocando un concierto de Haydn. "Me amaron en Yugoslavia", dice.

Consultados por teléfono, los ex-compañeros de clase de Juilliard todavía recuerdan vívidamente el talento del Sr. Chandler, 50 años después. "Saúl tenía un verdadero don”, responde Fred Sherry, 69, un violonchelista . "No creo que fuera consciente de lo talentoso que realmente era". Richard Sortomme, un compositor , dice: "Saul fue muy místico en la forma en que interpretaba la música. Se iba a otro mundo cuando tocaba. Era un poeta". Daniel Reed, que se convirtió en violinista de la Filarmónica de Nueva York , incluso recordó una actuación específica: "Todavía lo recuerdo practicando el primer movimiento de la 'Symphonie Espagnole' de Lalo. No tanto por lo que tocó sino por cómo lo tocó”.

Aunque el Sr. Chandler no recuerda el pasado con cariño, hay un incidente del que se jacta: en la cima de su talento, afirma, obtuvo mejores notas que Itzhak Perlman en una evaluación del jurado en Juilliard a principios de la década de 1960. "Perlman era un bicho raro", dice. "Sus manos eran dos veces más grandes que las mías. Nadie podría vencerlo." Entonces el Sr. Chandler sonríe. "Bueno, sólo una vez".

Según cuenta el Sr. Chandler, la Sra. Pardee lo llevó a un salón de recitales donde el Sr. Galamian y una serie de figuras de la música clásica estaban sentados. Una voz resonó por el pasillo.

-"¿Qué va a tocar?”, preguntó el Sr. Galamian.

-“Tocará el Chausson", dijo la Sra. Pardee.

-"No. Ya le escuché tocar eso ".

-"Entonces tocará la Partita en Mi mayor, de Bach".

El Sr. Chandler se quedó solo con el jurado. La partita es una pieza hipnótica llena de dramáticos pasajes en cascada. Llevó el violín hacia su barbilla y levantó su arco. Cuando salió de su trance 15 minutos después, dice, todos lo miraban.

"Fue perfecto", dice el Sr. Chandler. "Fue hermoso. Fue lento. Galamian no parecía saber lo que estaba pasando. Comenzó a hablarme con ese acento ruso. No pude entender nada de lo que dijo.” El Sr. Chandler obtuvo la mejor nota, una "E" (Excepcional), mientras que el Sr. Perlman recibió una calificación menor, una "S" (Superior) por el mismo recital. "Ni siquiera sé si Perlman todavía está vivo", agrega.

El Sr. Perlman, que está vivo, nos contestó lo siguiente a través de un representante: "No recuerdo al Sr. Lipshutz y tampoco recuerdo mis calificaciones del jurado de hace 50 años. Quiero desearle lo mejor".

En 1964, un prometedor futuro le aguardaba aparentemente al Sr. Chandler en una orquesta de talla mundial. Tenía 16 años, los periódicos habían hecho una crónica de su talento y acababa de aceptar una invitación reservada solo a los estudiantes más dotados del Sr. Galamian: estudiar con él en el famoso Instituto de Música Curtis en Filadelfia. Pero en unos meses, el Sr. Chandler viviría con sus padres en Nueva Jersey, vería a un psicólogo y juraría no volver a tocar un violín.

Al Sr. Chandler no le gusta hablar de cómo abandonó el violín, y cómo lo explica depende de su estado de ánimo. "Fue entonces cuando descubrí lo que era", me cuenta una noche en su bote. "Fue un ataque de nervios". Su explicación más directa de la crisis es que se sintió privado de tiempo. "No me veía mí mismo", dice. "La infancia se había perdido. El tiempo se había perdido. Entonces, un día finalmente me vi y pensé: '¿Esto es todo? tiene que haber más.' Pero perdí todo al darme cuenta de eso".

"Muchos de nosotros teníamos talento, y después sencillamente desaparecimos", continúa. ”Nunca sabes lo que eres. Es la misma razón por la cual los actores infantiles nunca crecen. Nunca nos vemos a nosotros mismos ".

La Sra. Hulbert, autora de "Off the Charts", calificó el punto de inflexión del Sr. Chandler como "una especie de crisis de la mediana edad". "Un don que una vez los alimentó de repente se convierte en una gran lucha", explica. “La crisis reduce su autonomía: ¿qué soy?"

El señor Sortomme, su antiguo compañero de clase en Juilliard, no estaba del todo sorprendido de oír hablar de su crisis. "Recuerdo que sentía que no había mucha alegría en la vida de Saul", rememora. Pero descarta la apreciación del Sr. Chandler de ser un juguete roto. "Es mejor que Saúl haya dejado de tocar el violín para salvar su vida en lugar de seguir buscando el dar al mundo otro gran violinista", comentó.

Cuando el Sr. Chandler se estaba recuperando en su casa, la Sra. Pardee y el Sr. Galamian suplicaron a sus padres: "¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos decirle a la escuela? Saúl quiere tocar otra cosa?" El Sr. Chandler transmitió su respuesta: "Diles que nunca más quiero estar en un escenario". Guardó su instrumento y comenzó su reinvención. Primero se convirtió en camionero y luego se fue a Nueva Orleans. "Perdí mi virginidad allí", dice. ”Creo."

Cambió su nombre en 1969 de Lipshutz a Chandler. "Tuve que desaparecer. Tenía que comenzar mi metamorfosis". Esta vez consiguió un trabajo en un dudoso hotel de Times Square. "Conocía a todas las prostitutas, y ellas me conocían", afirma. También comenzó a estudiar matemáticas en la Universidad de Nueva York, donde descubrió que estaba dotado para los números. Se convertiría en un inversor de éxito, calculando el riesgo para organizaciones como la American Cancer Society.

Mientras perseguía el tiempo perdido, su pasión por el mar crecía. Su padre le había leído libros sobre navegación cuando era niño, y en los días libres de práctica del violín construían barcos juntos. Las matemáticas actuariales no necesariamente lo emocionaban, pero el trabajo le permitía financiar su afición, y él navegaba y construía barcos en serio a los 30 años. "Fue mi terapia", recuerda. Se casó en 1983, se mudó a Washington Heights y tuvo dos hijos. Comenzó a mantener embarcaciones en City Island a mediados de la década de 1980, y desde entonces ha cruzado el Atlántico y navegado desde el Bronx a Trinidad una docena de veces. Después de retirarse en 2002, comenzó a ir diariamente de su departamento a City Island. "Lo único que realmente ha sido constante en mi vida son los barcos, cuando construyo uno, al menos sé que puedo hacerlo bien. Puedo arreglarlo."

Visité al Sr. Chandler una noche de invierno en su goleta, que se llama Seraph y está atracada en seco en Barron's Marine. El astillero aparecía frío y fantasmal. En la cabina de su barco, cuando el calefactor vibró, me ofreció una Budweiser. Mientras me hablaba de las reparaciones recientes, vislumbré una polvorienta caja de CDs junto a su radio, llena de discos clásicos. Le pregunté si podíamos poner algo.

"Pon a Puccini", me contestó.

La dramática apertura de la ópera "Tosca" no tardó en retumbar a través del astillero desde su pequeño barco iluminado. "Te enamoras de la voz cuando te haces mayor", reflexiona. "Porque te das cuenta de que la voz humana es lo único que importa". Repasé más CDs y encontré algunas grabaciones de violín. Vacilante, le pedí poner alguno.

“¿Están las sonatas de Brahms?", preguntó. "Puedes poner eso".

Una elegante melodía brotó de los altavoces. Él se puso en pie. “Son las sonatas más bellas que se hayan escrito", dijo. “Él no está tocando el violín. El violín está tocándolo a él.”  El señor Chandler cierra los ojos y bebe otro trago.

"Nadie escribe música", dice. “Simplemente escuchan algo. Excepto Mozart. Él escribió lo mismo una y otra vez".

Bach fue el siguiente. Suena un dramático crescendo. “Para”, me dice. "Esto es increíble. ¿Puedes subirlo?”  Da un sorbo a su cerveza. "¿Te imaginas estar en este barco?", -me dice febrilmente- “¿fuera, en el medio del océano? ¿a miles de kilómetros de cualquier cosa? ¿escuchando esto?”.

Unas semanas más tarde, accedió a mostrarme su violín, y nos encontramos en su apartamento en Washington Heights, donde vive con su esposa, Sula. La biblioteca estaba llena de libros sobre navegación y novelas de Herman Melville.

Los Chandler criaron a su familia en el vecindario, y aunque había música, sus hijos crecieron sin tener que practicar un instrumento durante seis horas al día. El hijo adulto del Sr. Chandler, Fred, comentó que nunca se habló del pasado musical de su padre cuando él era niño. "Lo único que realmente recuerdo es que tuvimos que tocar un instrumento en la escuela primaria y me adjudicaron el violín", comenta. “Al momento, tuve la sensación de que se sentía disgustado cuando lo tocaba. Y nunca intentó enseñarme. Se iba cuando yo practicaba. Excepto una vez durante una blue moon; si había estado bebiendo, se ponía a tocar unos minutos, y era evidente que era un verdadero maestro".

El señor Chandler va a buscar una bolsa de viejos recortes de periódicos. "Mi madre los conservó”, dice. Luego trajo un estuche polvorienta. "No he abierto esto en 50 años", dice. "Tengo miedo de ver lo que hay dentro".

Cuando el Sr. Chandler abre el estuche brota un olor a almizcle. Dentro hay un violín de un tono rojo oscuro. La tinta azul cursiva en su interior indica que fue construido por un luthier parisino llamado Joseph Bassot en 1802. Se acerca a por un cigarro mientras sopesa el instrumento en sus manos. "Ver esto me hace pensar que tomé la decisión correcta con mi vida", afirma. “Viví mi vida. No la vida de este violín". Vuelve a guardarlo. “Lo odio“, escupe. "No quiero volver a verlo“.

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Tras esta escena abrió una cerveza y de nuevo parecía feliz de poder hablar de otra cosa que no fuera la música. Pero seguíamos sintiendo la presencia silenciosa del violín. Finalmente, dejó su cerveza y se acercó de nuevo al estuche. "Dudo que incluso pudiera tocarlo de nuevo", refunfuña, afinando lentamente el instrumento. 

Lo colocó bajo su barbilla y accionó el arco sobre las cuerdas. Un cálido y glorioso sonido se elevó en el apartamento. Luego inició otro golpe de arco, deslizando abruptamente su mano por el cuello del violín, y un grácil y atronador sonido inundó la habitación. Después, la nota se desvaneció.

 

Fuente: The New York Times

 
Publicado : 3 abril, 2018 11:37
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