Aún recuerdo vívidamente la cálida noche, las hileras de asientos ocupados y el mío justo en el centro. La música llenaba la sala en penumbra y se escapaba a través de las ventanas abiertas inundando las calles de una pequeña ciudad galesa. Ya no tiene importancia cuál era la melodía klezmer que nos hacía agitarnos en nuestras sillas o impelía a algunos a ponerse en pie y a bailar en aquel espacio tan angosto.

Lo que importa es el momento en que el violinista dio dos pasos al frente y el resto de instrumentos—acordeón, piano, percusión y contrabajo—enmudeció, porque fue entonces cuando escuché por primera vez hablar al violín, con una voz tan poderosa que nuestros sentidos se agudizaron, y caló tan profundamente en nuestro espíritu que quedamos embobados y ávidos de emociones más intensas, salvajes, tristes y alegres que las que jamás habíamos conocido.

Cuando los aplausos se fueron apagando y se encendieron las luces, mi vieja amiga Rhoda se volvió hacía mí sonriendo y me dijo: «¿Cómo se atreve a hablarnos de ese modo? ¡Somos mujeres casadas!».

Así comienza El violín de Lev, la narración de una búsqueda obsesiva del porqué de una emoción, de la causa última que provoca que un sonido particular le hable tan directa y profundamente a nuestro corazón que no podemos dejar de pensar en ello.

¿Por qué algunos violines tienen ese poder? Helena Attlee, escritora especializada en jardines italianos, cambió su foco de atención durante mucho tiempo a partir de haber escuchado esa vieja melodía Klezmer en un festival en Glasgow.

Tras el recital, no pudo resistir acercarse para charlar con el violinista sobre su instrumento y el origen de su poder de fascinación que la habían conmovido. Greg Lawson, el violinista, le cuenta que él lo llama «el violín de Lev» porque así se llamaba su propietario anterior, que alguien le dijo que era un «viejo italiano» construido en Cremona pero que, según la opinión de un especialista, «no valía nada».

Esta es una grabación del violinista Lev Atlas, interpretando el tema Lautary con el violín que llevaría su nombre:

Grabé estas canciones” -dice Lev- “cuando comencé a darme cuenta de que este tipo de música estaba empezando a desaparecer junto con el siglo que le dio vida. Y había una cosa que conectaba todas las grabaciones que hice: las toqué en el «violín de Lev» «.

¿Cómo puede no valer nada un instrumento con tal poder?

A partir de ese momento, Helena Attlee se sumergirá en la aventura de encontrar la verdadera identidad del violín de Lev, viajando atrás en el tiempo para rastrear cualquier indicio que pudiera rescatarlo de aquella negativa valoración del experto.

Así, de mano de la autora recorreremos la historia del violín tal como lo conocemos, desde sus orígenes con la familia Amati hasta los luthieres actuales instruidos en la Escuela de luthería de Cremona.

Y es una bella manera de aprender la historia de este instrumento. Quizás demasiado enfocada en la escuela italiana (aunque ¿quién podría reprocharle tal cosa ya que los italianos son realmente sus principales artífices?) pero altamente instructiva y entretenida.

Recorriendo con ella Italia conoceremos la primera Cremona y cómo se convirtió en el centro mundial dónde se crearon los más codiciados instrumentos de cuerda, sus famosas familias; los Amati, Guarneri, Stradivari…, el proceso de esplendor y declive de la ciudad como principal proveedor de los mejores instrumentos y cómo estos se dispersaron por el mundo.

Aprenderemos cómo se trata la madera de la que están construidos. Conoceremos a Cozio, el primer gran coleccionista, a Tarisio, el primer gran marchante, seguiremos la pista de los viejos italianos en su paso por las manos de eclesiásticos o músicos populares, de grandes solistas y también de nómadas itinerantes de origen gitano.

Atravesaremos accidentes geográficos, países, continentes, conflictos bélicos, sistemas políticos, culturas, técnicas de construcción y estilos musicales, siempre en busca de la verdadera alma del violín de Lev.

Y lo encuentra, y es un final inesperado.

Pero quizás no es realmente importante cuál es la verdadera identidad del violín de Lev porque, como la autora aprendió durante su búsqueda, «lo valioso de las cosas son las historias que nos cuentan», es decir lo importante de los objetos no es lo que son, sino lo que pensamos de ellos.

A partir de aquí, aviso que quizás podría considerarse un poco spoiler lo que cuento: el viejo violín de Lev no aguantó más trabajo y más reparaciones. Su mango cedió y se informó a su propietario que una reparación más habría costado mucho más del valor del propio violín, de modo que descansó en su estuche durante algunos años.

Pero el éxito del libro abrió una prórroga inesperada que no encontraremos en el libro pero yo os cuento aquí: la autora abrió un crowdfunding para financiar la reparación del violín de Lev, y la iniciativa tuvo éxito, de modo que el ya famoso instrumento volvió a volar y de la mano de su último propietario, Greg Lawson, ha vuelto a hechizar con su sonido a nuevos amantes de la música dispuestos a dejarse embrujar.

Pero no es eso lo realmente importante. Helena Attlee sufrió la muerte de su madre mientras trabajaba en el libro. Cuano tuvo que enfrentarse a la penosa tarea de decidir qué conservar de los bienes de su madre, llegó a la conclusión de que lo realmente valioso no era lo que resultaba más caro o cotizado sino aquello a lo que ella le había otorgado un valor emocional.

El violín de Lev ya no es un ser de origen desconocido (tendrás que leer el libro para conocerlo), sin nombre ni valor, y es un motivo de reflexión, sobre todo en el desaforado mundo de los instrumentos de élite, pensar cuál es el verdadero precio de un sentimiento.

Aquí vemos a Greg Lawson tocando el violín de Lev con algunos amigos hace años.