Suelo pensar que la música hace mejores a las personas. Que hay una especie de relación entre la búsqueda de la belleza y cierta ética, que un músico está entregado a un mundo que lo aleja de otras «tentaciones». A menudo oímos hablar de personas que abandonaron una vida sin perspectivas, sumida en la delincuencia y en la falta de expectativas, gracias a haber encontrado una salida en la música.

Pero siempre hay casos concretos que refutan esa teoría. Pocas pero las hay, y quizás de quién voy a hablar hoy sea una de esas personas.

Hace tiempo que descubrí un disco de música barroca especialmente estimulante. Se trataba de una obra desconocida de un autor también ignorado e interpretada por la agrupación especializada en música barroca, «Charivari Agréable Simfonie«, un conjunto también nuevo para mí, pero cuya interpretación del obsesivo primer movimiento me subyugó desde el primer momento, y desde entonces he escuchado muy a menudo.

Y es que ese primer movimiento, «Modérément» me descolocó por completo: un enérgico, repetitivo, avasallador rondó que recuerda a músicas más contemporáneas, como las de Michael Nyman ¿es por los arreglos y la interpretación por lo que me sugiere estilos tan distintos o es la propia composición?

El caso es que este disco estimulante me hizo interesarme por el compositor, Jean Baptiste Forqueray, de quien descubrí una llamativa historia:

Antoine Forqueray

El pérfido Antoine Forqueray

Los Forqueray fueron una saga de compositores instrumentistas que comenzó con el abuelo de Jean Baptiste, Michel Forqueray, organista, continuó con el padre, Antoine Forqueray, violagambista, su tío Michell II Forqueray y su primo Nicholas Gilles, también organistas.

El pequeño Jean Baptiste tuvo una infancia bastante desdichada. Su padre Antoine era un portentoso instrumentista de viola de gamba, que tocaba, según algunos contemporáneos «como un diablo», en contraposición al dulce y también portentoso Marin Marais, quien tocaba «como un ángel».

Antoine Forqueray fue nombrado a los 18 años nada menos que musicien ordinaire de La Chambre du Roy, un cargo que ostentó hasta su muerte, al tiempo que impartía clases entre los miembros de la realeza y de la aristocracia, rodeado de lujo, poder y vanidad 

El pequeño Jean Baptiste inició los estudios de viola de gamba, llegando prácticamente a alcanzar en calidad técnica del progenitor. Los periódicos de la época escribían que era el único que podía interpretar con gracia las obras de su padre.

Pero algo oscuro sucedía en la familia. Cuando Jean Baptiste contaba apenas 11 años, su padre se separó de su esposa Henriette-Angélique Houssou, instrumentista de clavicémbalo, quien a menudo lo acompañaba en sus conciertos. Sin embargo, la relación fue la mayor parte del tiempo tormentosa, con frecuentes periodos de separación, que culminaron en un poco amistoso divorcio.

Esta separación fue especialmente traumática para el pequeño Jean Baptiste. Su padre reaccionó de forma violenta y vengativa, no sólo desentendiéndose económicamente de las necesidades de la familia, sino que, con el tiempo, y por celos profesionales hacia Jean Baptiste, a quien veía más como un rival que como un hijo, maquinó en la Corte hasta que consiguió que fuera enviado a prisión.

Así, a los 20 años, Jean Baptiste Forqueray fue encerrado en la prisión de Briete por voluntad de su padre, donde afortunadamente no penó mucho tiempo.

Pero no cesó ahí la obsesión de Antoine Forqueray contra su hijo. Varios años más tarde consiguió convencer al Rey para que fuera desterrado de Francia. Por suerte, Jean Baptiste tenía buenos e importantes amigos que intercedieron por carta por él y consiguieron devolverlo a los 2 meses:

«Sin ninguna duda, Forqueray es víctima de la injusticia, la crueldad y los celos evidentes de su padre para con los dones de su hijo.»

Jean Baptiste Forqueray

Jean Baptiste Forqueray

Finalmente, en 1736, el iracundo Antoine Forqueray se retiró de la Corte hasta una ciudad a 57 kilómetros de París. Siguió percibiendo sus emolumentos hasta su muerte a pesar de que ya nunca más ejerció su cargo. Fue irónicamente el maltratado Jean Baptiste quien lo sustituyó como musicien ordinaire de La Chambre du Roy. Heredó por tanto su cargo y su forma de vida: clases de viola a aristócratas, príncesas, e incluso al mismísimo príncipe Federico, quién se convertiría más adelante en Federico el Grande de Prusia.

Me llama la atención que no parece que guardara especial rencor a su vengativo progenitor: se encargó de publicar sus obras para viola de gamba, junto con las suyas propias y adaptaciones de las mismas a clavicémbalo. Se dice que algunas de las obras atribuidas a su padre en realidad son suyas, y viceversa. Así que realmente no estoy muy seguro de si todos los movimientos de este disco han salido de la misma cabeza. Lo que sí sé es que, a pesar de sus irregularidades, es una obra que me encanta, reflejo de esa época, edad de oro de la viola de gamba.

Y la historia que hay detrás, una muestra de que la música no siempre consigue hacer mejores a las personas.


 Fuentes