Una de las mayores obsesiones de los músicos de cuerda es encontrar el instrumento ideal. No es raro que esa sea una de las inquietudes por las que más personas llegan a Deviolines.
Y es que el buen sonido, o el buen instrumento, es un concepto escurridizo, contaminado de ideas preconcebidas, prejuicios, mitos y manías que se trasmiten sin cuestionarse, incluso contradiciendo en ocasiones lo que nuestros propios sentidos nos dicen.
Porque el sonido que buscamos depende de las circunstancias ¿buen sonido para qué? ¿para ser un solista en una orquesta o para acompañar a un grupo de música celta? ¿para tocar jazz con otros instrumentos electrificados, para formar parte de una agrupación barroca o entrar en un grupo de cámara de música contemporánea? ¿y las sensaciones al tocar no deberían influir también?
Los luthieres han aprendido una serie de parámetros de construcción muy definidos y validados por la experiencia que los llevan a procurar seguirlos lo más fielmente posible. Pero ¿son capaces de apreciar personalmente las mejoras que los pequeños cambios en modos de construcción o materiales producen en el sonido?
Hace poco llegó a mis manos un estudio sobre la experiencia de tocar instrumentos construidos con materiales alternativos, comparándolos con otros tradicionales. En él, Javier Alonso Alacreu, profesor del Conservatorio Superior de Música de Jaén expone las conclusiones en base a diversos tests de audición realizados con profesores y alumnos de violín de diverso nivel, así como legos en materia musical.
Estudios como éste coinciden en la subjetividad que resulta de escuchar a ciegas, sin referencias de ninguna clase. Otros estudios anteriores como los que comparaban violines antiguos Stradivarius de la edad de oro con violines contemporáneos, también demostraron que no sólo no resultaba sencillo identificar cuáles eran los antiguos, sino que estos quedaban a menudo en desventaja en las preferencias frente a los actuales.
Estos sesgos provocan que, por norma general, las tentativas de innovación no cuajen y se queden en anécdotas históricas.
Algunas excepciones a esta tendencia es la plena aceptación de los violines eléctricos (aunque habría que discutir si realmente es el mismo instrumento) y la relativa curiosidad que han despertado instrumentos construidos con materiales como la madera de balsa y, especialmente, la fibra de carbono.
En el trabajo del profesor Alacreu, se buscó calibrar las sensaciones y preferencias a ciegas entre instrumentos muy diferentes entre sí. Para ello se escogieron los siguientes modelos de violín:
- Violín de carbono
Construido con fibra de carbono y resina epoxi por Yurec Dlutowski para la firma Qarbonia, cedido muy amablemente por Rodrigo Lasso para este proyecto. Destaca su material de construcción, la forma de sus “ff” y su sonoridad oscura y potente.
- Violín de madera de balsa
Fabricación china, marca Parrot y construido en 1984, al que se le ha sustituido su tapa original por otra hecha íntegramente con madera de balsa con pequeños refuerzos de contrachapado finlandés en alma y barra armónica. Como elemento diferenciador destaca su sonoridad apagada y construcción tosca
- Violín modelo Amati
Instrumento francés, de construcción en serie y acabado artesanal, de primera mitad del S.XX. Su diseño está basado de un modelo de Andrea Amati de 1630. Destaca su estrecha silueta, tapas muy planas y sonoridad dulce.
- Violín del S.XIX
De luthier desconocido, fechado en la primera mitad del S.XIX en la región de Bohemia. Es un instrumento con bóvedas muy grandes y sonoridad brillante.
El estudio se desarrolló según los siguientes parámetros.
Experimentación con músicos de especialidades distintas al violín
- Audición a ciegas de cuatro violines distintos – 7 min.
- Encuesta sobre la audición anterior – 3 min.
- Segunda audición a ciegas con los mismos violines – 3 min.
- Encuesta sobre la segunda audición – 1 min.
- Muestra de los instrumentos usados – 5 min.
- Encuesta sobre los instrumentos usados – 3 min.
- Debate abierto – 10 min.
Experimentación con violinistas
- Audición a ciegas de un cuatro violines distintos – 7 min.
- Encuesta sobre la audición anterior – 3 min.
- Segunda audición a ciegas con los mismos violines – 3 min.
- Encuesta sobre la segunda audición – 1 min.
- Muestra de los instrumentos usados – 5 min.
- Encuesta sobre los instrumentos usados – 3 min.
- Visualización de vídeo – 15 min.
- Encuesta sobre la visualización – 5 min.
- Test individual con los instrumentos – 25 min.
- Encuesta sobre el test individual – 5 min.
- Debate abierto – 5 min.
Los grupos de personas que participaron en las pruebas fueron:
- Grupo I Alumnado de enseñanzas profesionales violinistas: 18 participantes.
- Grupo II Alumnado de enseñanzas profesionales no violinistas: 16 participantes.
- Grupo III Profesorado de enseñanzas elementales y profesionales: 3 participantes.
- Grupo IV Profesorado de enseñanzas elementales y profesionales: 8 participantes.
- Grupo V Alumnado de enseñanzas profesionales: 8 participantes.
- Grupo VI Alumnado de enseñanzas profesionales no violinistas: 16 participantes.
- Grupo VII Profesorado de enseñanzas superiores de violín: 3 participantes.
Resultados del test con el profesorado violinista:
- 1º Violín de carbono (6,15)
- 2º Violín modelo Amati (6,07)
- 3º Violín madera de balsa (5,61)
- 4º Violín siglo XIX (5,07)
Como se ve, el violín de carbono resultó ganador, pero con muy poca diferencia sobre el segundo, el violín del siglo XX, mientras que el violín del siglo XIX quedó en última posición. De hecho las notas medias entre los 4 son sorprendentemente similares, y aún más curioso resulta comprobar como cada instrumento llegó a recibir notas muy dispares (en especial el carbono) muy altas y muy bajas, dependiendo del profesor que lo estuviera juzgando.
Resultados del test con el alumnado violinista
- 1º Violín siglo XX Amati (7,92)
- 2º Violín siglo XIX (7,23)
- 3º Violín carbono (7)
- 4º Violín madera de balsa (5,15)
Estos parecen resultados algo más previsibles que el de los profesores. Hay más participantes y la muestra es probablemente más fiable. El violín de madera de balsa ya queda claramente por debajo de los otros tres, que por otra parte no presentan diferencias demasiado grandes entre ellos.
De nuevo hay gran disparidad de pareceres, especialmente en el caso de los violines fabricados con materiales alternativos, que parecen desconcertar y provocan muy diferentes opiniones, aunque desde luego el carbono sale mucho mejor parado que el violín de madera de balsa.
Hubo una tercera ronda de tests sobre músicos no violinistas, que en principio no vamos a incluir porque las preguntas no fueron orientadas a sus preferencias sino a características del sonido que percibían (oscuro, brillante, claro, nasal, etc…) que por tanto no nos sirven para comparar con los anteriores.
El profesor Javier Alonso Alacreu apunta algunas conclusiones de estas pruebas, que suscribo:
Algo que se desprende claramente de estos test es que para un músico, profesional o estudiante, pedirle que valore la calidad de un instrumento con tan sólo escucharlo unos minutos, sin poder verlo ni tocarlo, es algo bastante complicado, genera inseguridad e incertidumbre ante lo que está percibiendo y teme no acertar en sus respuestas más que no describir con claridad lo que ha escuchado. Un dato que confirma este hecho es que sólo 3 músicos de 71 acertaron el orden de exposición, un profesor, un alumno y un músico no violinista. Es un dato anecdótico pero pone de manifiesto lo expuesto.
La calidad de un instrumento tiene un gran componente objetivo, pero también subjetivo. No es posible extraer mucha información escuchándolo o tocándolo unos minutos pues se dejan de percibir y explorar muchos matices imprescindibles para decidir qué es o no bueno en un instrumento. En una situación así posiblemente la persona que realiza ese examen se apoya más en sus impresiones que en sus decisiones, más aún cuando tienes poco que decidir. Es más, para un profesional su mayor experiencia y capacidad de análisis ha resultado ser un hándicap más que una ayuda, porque ha tenido el mismo tiempo para gestionar más información. Hubiese sido muy interesante haber realizado también este experimento con personas que no son músicos y comprobar con qué presión han respondido a cada pregunta del test.
En general, el profesorado participante ha mostrado una actitud más arriesgada y decidida en los test. Los datos muestran respuestas más personales y extremas entre ellas, notas muy altas o muy bajas, posturas muy a favor o muy en contra. Sin embargo las respuestas en el alumnado son mucho más tibias, comedidas y poco arriesgadas. En cualquier caso cada grupo tiene una concepción de timbre ideal parecido aunque con ciertas diferencias:
El violín de fibra de carbono ha sido escuchado a ciegas y valorado muy positivamente por la mayoría de los participantes para su propia sorpresa. Sólo por eso podría afirmarse que es mejor que los demás violines con los que ha competido, pero una vez probado de cerca por los participantes y valoradas sus cualidades reales han quedado al descubierto sus carencias a todos los niveles, por lo que la impresión última no ha sido la mejor para prácticamente ningún participante.
Pero si los participantes fueran considerados público, y un público no puede tocar el instrumento que escucha en un concierto, cabría preguntarse ¿cuál es el juicio más plausible, si el ofrecido tras la primera impresión o tras la prueba individual? Es obvio que es importante que un músico conecte con el instrumento para dar lo máximo de sí mismo y así explotar al máximo el potencial del instrumento, pero también hay que considerar que un instrumento, en principio, no está diseñado para conectar con el músico que lo toca, sino con la masa que lo escucha de forma pasiva. Pero entonces, ¿quién debería valorar la calidad de un instrumento y ponerle precio? ¿quien lo toca, quien lo escucha, quien lo construye, quien lo compra, quien lo vende, quien lo tiene, quien lo quiere…?
¿Qué conclusiones podemos obtener?
Creo que los músicos no podemos desprendermos de cierto nivel de postureo. Sobre todo los de cuerda frotada estamos impregnados de una gran mistificación acerca de los instrumentos antiguos y tradicionales. Los veneramos, los buscamos como si fueran un grial mágico, escaso y maravilloso y, aunque tengan algo de real, corremos el peligro de que esta mitología contamine nuestro juicio. Cuando nos quedamos a solas con el puro sonido, sin referencias de ningún tipo podemos caer en la impostura, como esos sibaritas a quienes les ponen vino barato servido de una botella prestigiosa y ponen los ojos en blanco mientras le encuentran mil matices y delicias.
También es cierto que tenemos interiorizado un «sonido ideal», aquel de las grandes grabaciones y actuaciones de nuestros ídolos, realizadas todas ellas con cierto tipo de instrumento, y al resto lo juzgamos con esa vara de medir.
Ha quedado patente que escuchar resulta mucho más complicado que oír. A menudo se da por hecho que escuchamos la totalidad de lo que oímos pero inconscientemente valoramos los detalles que nos interesan, el resto de información que dejamos de percibir por los oídos la suplimos con otros sentidos o simplemente la descartamos. Durante los test llevados a cabo con músicos, cuando los participantes han tenido que escuchar los violines sin saber de ellos nada, la mayoría de los músicos se han sentido algo desorientados y saturados a medida que avanzaba la prueba, en parte por su complejidad, pero también porque la percepción del timbre iba cambiando a medida que aumentaba la cantidad de información percibida. Hubiese sido muy interesante poder haber realizado la prueba con músicos invidentes acostumbrados a escuchar mucho mejor lo que oyen.
En definitiva, la elección del instrumento ideal no podremos hacerla en base a datos objetivos como potencia, proyección, etc. Como el enamoramiento, que sucede o no sucede, nos sentiremos interpelados, identificados, en armonía con un violín y no con otro que podría ser mucho más caro, y probablemente es así como debe ser. Hay anécdotas de músicos profesionales encantados con un instrumento, felices y decididos a comprarlo pero que, al ser informados de que el precio era sorprendentemente inferior al esperado, lo terminan rechazando porque así no les contagiaría del prestigio que da tocar un instrumento carísimo.
Los nuevos materiales en la luthería se enfrentan a prejuicios y resistencias de un mundo relativamente inmovilista. Se aceptan poco a poco para situaciones especiales pero no entran en la orquesta clásica ¿llegará un momento en que veremos un violín de carbono, o de aluminio, tocando el concierto de violín de Beethoven de la misma manera que hoy en día se tocan con piano obras compuestas para clave? sinceramente, lo veo difícil pero, ¿quién sabe?
Si os interesa profundizar más leyendo un extracto del estudio que dio lugar a este artículo, no dejéis de hacer click en el siguiente botón:
Fuente: Instrumentos de cuerda frotada y materiales alternativos. Nuesvas experiencias interpretativas. Javier Alonso Alacreu, Conservatorio Superior de Música de Jaén. Revista AV Notas, nº2. Febrero 2017